II Estación: Jesús carga con la cruz
 

 

     Fuera de la ciudad, al noroeste de Jerusalén, hay un pequeño collado: Gólgota se llama en arameo; locus Calvariæ, en latín: lugar de las

     Calaveras o Calvario.

     Jesús se entrega inerme a la ejecución de la condena. No se le ha de ahorrar nada, y cae sobre sus hombros el peso de la cruz infamante.

     Pero la Cruz será, por obra de amor, el trono de su realeza.

     Las gentes de Jerusalén y los forasteros venidos para la Pascua se agolpan por las calles de la ciudad, para ver pasar a Jesús Nazareno,

    el Rey de los judíos. Hay un tumulto de voces; y a intervalos, cortos silencios: tal vez cuando Cristo fija los ojos en alguien:

     —Si alguno quiere venir en pos de mí, tome su cruz de cada día y sígame (Mt XVI,24).

     ¡Con qué amor se abraza Jesús al leño que ha de darle muerte!

     ¿No es verdad que en cuanto dejas de tener miedo a la Cruz, a eso que la gente llama cruz, cuando pones tu voluntad en aceptar la Voluntad

     divina, eres feliz, y se pasan todas las preocupaciones, los sufrimientos físicos o morales?

       Es verdaderamente suave y amable la Cruz de Jesús. Ahí no cuentan las penas; sólo la alegría de saberse corredentores con El.

   Puntos de meditación:

     1. La comitiva se prepara... Jesús, escarnecido, es blanco de las burlas de cuantos le rodean. ¡El!, que pasó por el mundo haciendo el bien

        y sanando a todos de sus dolencias (cfr. Act X,38).

        A El, al Maestro bueno, a Jesús, que vino al encuentro de los que estábamos lejos, lo van a llevar al patíbulo.



    
2. Como para una fiesta, han preparado un cortejo, una larga procesión. Los jueces quieren saborear su victoria con un suplicio lento

        y despiadado.

       Jesús no encontrará la muerte en un abrir y cerrar de ojos... Le es dado un tiempo para que el dolor y el amor se sigan identificando con

       la Voluntad amabilísima del Padre. Ut facerem voluntatem tuam, Deus meus, volui, et legem tuam in medio cordis mei (Ps XXXIX,9): en

       cumplir tu Voluntad, Dios mío, tengo mi complacencia, y dentro de mi    corazón está tu ley.

    

     3. Cuanto más seas de Cristo, mayor gracia tendrás para tu eficacia en la tierra y para la felicidad eterna.

        Pero has de decidirte a seguir el camino de la entrega: la Cruz a cuestas, con una sonrisa en tus labios, con una luz en tu alma.

     

     4. Oyes dentro de ti: “¡cómo pesa ese yugo que tomaste libremente!... Es la voz del diablo; el fardo... de tu soberbia.

         Pide al Señor humildad, y entenderás tú también aquellas palabras de Jesús: iugum enim meum suave est, et onus meum leve (Mt XI,30),

         que a mí me gusta traducir libremente así: mi yugo es la libertad, mi yugo es el amor, mi yugo es la unidad, mi yugo es la vida, mi yugo es

          la eficacia.

     

    5. Hay en el ambiente una especie de miedo a la Cruz, a la Cruz del Señor. Y es que han empezado a llamar cruces a todas las cosas

        desagradables que suceden en la vida, y no saben llevarlas con sentido de hijos de Dios, con visión sobrenatural. ¡Hasta quitan las cruces

        que plantaron nuestros abuelos en los caminos...!

        En la Pasión, la Cruz dejó de ser símbolo de castigo para convertirse en señal de victoria. La Cruz es el emblema del Redentor:

       in quo est salus, vita et resurrectio nostra: allí está nuestra salud, nuestra vida y nuestra resurrección.

 

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